Yo soy atea

Por favor sonría

La niña era hija de refugiados españoles. Una familia de las tantas que huyeron del franquismo y llegaron a México.

Inscrita en uno de los colegios que anidaron a tantas familias refugiadas, Marisol, con su acento marcadísimo de eses y zetas, se fue adaptando poco a poco a un país en el que se hablaba la misma lengua, pero cuyos usos y costumbres eran muy distintos.

Un día, con motivo del onomástico de la muerte de los niños héroes, la maestra pidió a los alumnos ponerse de pie y guardar un minuto de silencio. Marisol, habituada a exteriorizar su opinión, alzó la mano y dijo con absoluta certeza: maestra, yo no puedo hacer eso. ¿Hacer qué?, preguntó la maestra. No puedo ponerme de pié y guardar un minuto de silencio. ¿Por qué?, le preguntó la maestra azorada.

Porque yo soy atea.

4 Responses

  1. Totalmente de acuerdo en cómo hasta en el baile nos rigen las leyes del mercado!y lo viví tomando clases con mi exmarido,tenía que esperar que la maestra le señalara personalmente,o bailara con El para que aprendiera bien y estuviera a gusto bailando conmigo!!!se llama también misoginia???taaan de moda!!

    1. Hola, Magui,
      Un gusto verte por aquí. Pues sí, por más que nos queramos liberar, a veces somos nosotras mismas las que nos obstaculizamos. Creo, que como en el baile, nosotras tenemos que generar el cambio.

  2. Genial relato, con pocas frases me pude imaginar perfecto a Marisol tratando de entender el lenguaje coloquial de los compañeros, llevando en la lonchera su bocadillo de jamón serrano y muy orgullosa de sus valientes orígenes.
    Atea! pues claro cómo rendirle pleitesía a estos héroes desconocidos convertidos en santos martires

    1. Gracias, querida Marianela por tu muy puntual comentario. Sí, en efecto, cuando a un héroe lo hacen santo, lo condenan.

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