Desbandada de sin cuentas

Desbandada de sin cuentas

Desbandada de sin cuentas. Les platico lo que me sucedió esta semana. Después de mi clase de tango opté por tomar una ruta distinta de regreso a casa.
Debo confesar que este tipo de peligrosas hazañas me son poco usuales dado a mi extraordinario sentido de desorientación. Venía escuchando un tango que me llenó de añoranzas. Atardecía en tonos caprichosos, la ventana abierta impregnaba en el auto un aroma dócil a cielo azul brillante y a nube vaporosa.
De pronto, sin percatarme siquiera, me sorprendí en medio de un paraje rural, lejos de las vías rápidas, puentes y tráfico de la ciudad que minutos antes transitaba.
De un lado del camino se levantaban apacibles montes rodeados de agua.
Del otro, extensiones inmensas de campo madurando suculentos naranjales cargados con dulces y relumbrantes solecitos. En otro momento, mi ancestral temor al extravío me habría sobresaltado.
Pero la música, el paisaje y esa sensación de estar en el lugar correcto en el momento preciso, como quien sigue a una estrella, tuvieron un efecto sedante. Con toda calma me aboqué a leer el nombre de las calles sólo para verificar que avanzaba en la dirección correcta: Camino del Dios, Línea del Cielo, Del Dios Ranch, Avenida Peregrina.
¿Dónde estoy?, me pregunté, más que inquieta, deslumbrada. ¿Será esta mi muerte?
El tango se repetía una y otra vez imprimiendo su nostálgica tonada, el atardecer dilataba su escándalo de lilas y escarlatas, los montes y naranjales perpetuaban su amparo a ambos lados del camino, las nubes seguían disipándose y el viento fresco de noviembre que entraba por la ventana me despeinaba.
Me miré por el espejo retrovisor.
Ahí, esa nueva manchita bajo el ojo, esos rizos desordenados. No estás muerta, me dije con alivio. Un tenue rechinido de tripas me remitió al antojo de pistaches enchilados, y luego pensé, quiero escribir la imagen de ese campo enaranjado y repasé la lista de compras para el pescado a la veracruzana y la pasta Alfredo que prepararé el domingo en mi homenaje, ceremonia, ofrenda. Claro que no estás muerta.
Todavía.
¿Desterrarme de los cincuentas?, ¿atesorarlos?, ¿esconderlos?, ¿celebrarlos?, ¿temerlos?
¿En qué momento comenzamos a hacernos viejos?
¿Cuando se nos desprende una pestaña y ya no practicamos el rito de sujetarla entre los dedos, soplar y pedir un deseo?
Cuando nos sentimos en constante falta, de juventud, de salud, de compañía, de talento y lamentamos no haber bebido más, amado más, etcétera.
Cuando ya no importa agregar la velita del año entrante al pastel de cumpleaños
Cuando absortas en nuestras turbaciones no escuchamos la risa, la palabra, el guiño del compañero, el hijo, la nieta.
Cuando el universo se reduce a los barrotes de nuestro susceptible cuerpo y entramos en una suerte de competencia roñosa en la que triunfa la vocación del más miserable.
Cuando malas noticias o catástrofes alivian nuestra ruinosa y rancia existencia
Cuando un tremendo retortijón nos remite a un tumor, un infarto, una sala poco hospitalaria de un hospital atormentado.
Cuando dejamos de hacer preguntas y exigimos significados, explicaciones, respuestas que nos devuelvan el control sobre nuestra caótica supervivencia.
Cuando renunciamos a cortar margaritas en busca del mequierenomequiere.
Tal vez hacerse viejo no sea otra cosa que perder, olvidar, abandonar la estrella, el norte, la brújula.
Curiosamente la palabra “deseo” proviene del latín desiderare: de, ausencia, siderare, astro: dejar de ver un astro. Deseo es pues la añoranza de volver a ver la estrella.
Por eso en el último año de esta ya no tan joven cabalgadura, en presencia de ustedes me propongo reinventar mi deseo. Mi regalo, esta tarde, no consiste en que anhelen algo lindo para mí sino que cada una de nosotras apoyada y fortalecida por el calor y la plegaria de las demás aproveche este momento para encausar su propio deseo.
Yo, Vicky Nizri, a los cincuenta y nueve años de edad DESEO, en los años por venir, robustecer mi vulnerabilidad. Sé que sólo de ahí, de mi más honda flaqueza podré abrevar el impulso necesario para enfocarme y manifestar lo que me queda por escribir. DESEO ensayar la buena fe, la confianza de que no estoy sola, abandonada a este destino fugaz y migratorio.
Esa buena fe se hace tangible gracias al cariño de ustedes, a la magia de este haz de mujeres que hoy entibia mi horizonte.

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