A mi padre. Para no apenarte ni apenarme he decidido, papá, que esta carta no sea un ribete interminable de elogios.
Por lo tanto, no hablaré de las bonanzas de un hombre maravilloso, inteligente, audaz; tampoco mencionaré que naciste en Parral siendo el menor de cuatro hermanos, hijo de exiliados, gente recia, honrada, buena.
Ni diré que te nutriste de la sabia de un padre excepcional que custodió tus pasos bajo los valores del amor, la verdad y la confianza.
Un padre que te cuidó las alas, que te alentó a volar y que luego voló a tu lado. No evocaré aquel tiempo terso de tu niñez cuando descubrías tesoros en haciendas abandonadas; cofres repletos de billetes del tiempo de la revolución, ni de tus múltiples responsabilidades en la tlapalería “El zorro”, negocio familiar, donde, junto con tus hermanos trabajabas.
Ni diré que a los once años conocías la combinación de la caja fuerte bajo la consigna clara de mi abuelo: “si hace falta, mijo, ya sabe de dónde puede usted sacar”. Y que así, bajo ese estilo luminoso y transparente, creciste, magno como eres, en un ambiente de hermandad y de esfuerzo ininterrumpido.
Para no apenarte ni apenarme, papá, evitaré mencionar las peripecias por las que pasó tu familia al abandonar Parral ciudad donde, como tu bien dices: “el más tonto es relojero” y establecerse en México.
No hablaré de tus estudios de comercio en la nocturna ni de tu adolescencia comprometida a los ideales que todavía hoy conservas. No mencionaré tu sionismo, ni tu amor inquebrantable por México ni tu lealtad a los amigos.
No diré que aquellos aires de juventud germinaron en ti ese espíritu grande, anchuroso, con el que transitas por el mundo.
Para no apenarte ni apenarme, papá, rehusaré hablar de tu esencia lúdica.
No confesaré aquí, frente a tus amigos, que llevas guardado, en lo más profundo de tu ser, a un niño travieso, maldoso, tierno, compasivo. Ni delataré tu debilidad por los viejos, los huérfanos, los enfermos, los desvalidos.
No mencionaré, para no apenarte, que eres un ser con todas sus limitaciones: dos piernas, dos brazos, veinte dedos, algún diente desaliñado, ni diré que usas gafas para leer y que, a veces, no digieres las comidas pesadas; evitaré advertir a los aquí presentes que jamás has participado en el Pentatlón ni has escalado el Everest.
Asimismo, sobra declarar que no tienes escamas ni la piel verde con puntitos o con líneas amarillas o que respiras a través de branquias. Porque tú, papá, y no he de decirlo para que no te apenes, aparte de tener la mirada dulce y las manos fuertes y toscas, aparte de caminar firme, aparte de llevar tu carácter enérgico y la humanidad que te rige, que te canta, que te guía; aparte de todo eso, papá, nunca has apagado el horizonte.
Por eso, en éstos, tus veinticinco mil quinientos cincuenta primeros días, quizá sólo deba confesarte que te quiero tanto…, que tu presencia para mis hijos y para mí ha sido fundamental, que no imagino la vida sin tus ojos, sin tus palabras, sin tu presencia expansiva, acogedora…
Sólo diré, pues, papá, que la única fórmula que encuentro para agradecer lo que has hecho por nosotros es la de seguir, en nuestra propia medida y fuerza, tu ejemplar vida.
Vicky: Tu hija para siempre.
Primavera de 1997
8 Responses
Vickita lo primero que leí de tu blog es carta a tu papá en donde no dijiste nada de las cualidades que tenía un gran hombre qué fue tu padre. Gracias ❤️
Ja ja, gordita!
Imagínate lo que diré cuando me decida a enumerarlas. En cada: “no diré” estoy haciendo una confesión de amor y admiración a él.
Espero te sigas paseando por el blog y encuentres otros muchos rincones donde hacer comentarios.
Soy nueva fan de blogs y no sé realmente si lo estoy haciendo bien. No tengo mucho tiempo pero es maravilloso que en mi celular siempre te puedo encontrar ❣️❣️❣️❣️❣️
Qué locura! Es como si vinieras a visitarme a mi casa.
Bienvenida siempre, platiquemos.
Vic.
Después de muchos años volví a leer la carta “A mi padre”. Si antes dejó huella, ahora ha dejado algo mucho más profundo. Muy probablemente es porque veo en su vida una trayectoria similar a la de mi padre, y lloro por su ausencia.
Tienes una forma envidiable de decir las cosas.
Quien conoció a tu papá, ve en tu carta una descripción muy atinada, y yo estoy entre ellos…
Liz, querida, tal vez sólo de eso se trata la literatura: tocar con tu experiencia, las vivencias de muchos.
Gracias por el amor, la compañía, el apoyo y las porras que me has echado a lo largo de mi vida.
Siguiendo tu ejemplo no hablaré de que la hija de este gran hombre al que no conocí personalmente pero al que me siento cercano gracias a tus recuerdos, a tus elogios a tus historias en donde él aparece.
Heredaste su bondad y generosidad su humor y su fuerza. Vive a través de tus pensamientos y acciones. qué privilegio conocerlo gracias a tus palabras, tu arte y tu enorme corazón.
Quizás eso sea lo único que uno puede hacer por sus muertos. Mantener vivo en nosotros su ejemplo.
Muchas gracias querida hermana.