Por la noche, cuando vamos a dormir, el ronquido profundo de papá se encaja en mis oídos; atrás, el rechinar de máquinas y allá, más lejos, el murmullo de la brisa que va empujando el barco.
No puedo dejar de pensar en mamá. Por la noche, cuando el roncar anuncia el sueño pesado de mi padre, aparecen las guardianas. El viento las agita, las desprende del álbum; remolino mi pasado se levanta, el de mi madre. La veo vestida de novia, seria, muy seria, y la nona seria y serio también el gran rabino.
Quiero desenredarme de esta historia, quitármela del cuello, de la espalda y mamá insiste, No olbidésh kuanto tus oshos an bisto. Por la noche, cuando crece la bóveda, los ronquidos de papá estallan y las máquinas no cesan de restregar el pasado en mi memoria.
Mamá tenía catorce años y mi abuelo, el gran rabino, la casó con papá. Su matrimonio fue uno de tantos arreglado de antemano. La nona Alegra le anunció a mi madre al cumplir los once:
-Reshinika, isha, tu kazamiento stá aprontado; te vas a desposar con Moshón Negrín, ya savésh, el isho del pishkadero.
Y le trajeron de la pescadería a su futuro marido, al hombre que la acompañaría para siempre. Veo la fotografía de mi madre, sus ojos de niña asustada, sus ojos profundos, obedientes, extraviados, pensando, quizá, en jugar a las muñecas.
-Tu padre y yo -continuaba la nona- no queremos dejar pasar más el tiempo por modo ke se te vaiga la edad.
Veo la foto. El rostro lejano de la niña-esposa huye de la mirada del pescador para esconderse en su vasto silencio. Catorce años, Dios mío, no sé qué hubiera hecho yo en su pellejo, tal vez esconderme en el monte para que no me encontraran, o mejor aún, huir para siempre, pero, ¿a dónde? Este debe ser momento de alegrías, de kantes i bailes, komeres i beveres. ¿Alegrías? ¿Para quién?
Contemplo la foto. Esos ojos entreabiertos, pálidos, perdidos en la distancia, desiertos. Tu ajuar kerida, te lo vengo aprontando desde el día ke nasites. Cortando y bordando cada mes. Al Dió grasias, ya le llegó la su ora.
Repaso la foto. Mi abuelo, con su estampa de hombre sabio suelta la sentencia: ajuar i dota yo te vo a dar, mazal, tú te lo vash a merkar. ¿Mazal? ¿Y con qué suponían que una niña podía mercarse la suerte sino con obediencia y miedo y con una sumisión tal hacia el que le doblaba la edad y a quien, además, le habían pagado para que se la llevara? ¿Mazal?, ¿qué podía significar eso para mi madre-niña?
La noche se convulsiona con los ronquidos de mi padre, se acentúa en mi interior un deseo oculto de cortar ligaduras.
Veo la foto. Los ojos de mamá se pierden en algún punto feliz de su infancia y no sabría decir por donde se le está escapando el alma. La nobia debe agradar al mansebo, ansina la cantidad por la dote se abarata.
Seguramente mamá agradó a su marido. Pescó marido pescadero lavándose muy bien la cara, limpiándose mocos, legañas, codos y rodillas, lustrando botas y almidonando uniformes y, principalmente obedeciendo obedeciendo obedeciendo.
Al cumplir los catorce, mi pobre madre guardó los juegos infantiles y preparó su boda. Su niñez quedó sepultada bajo la telaraña de hilos con los que mi abuela bordó sábanas y camisones nupciales. La nona-oruga segregó sus filamentos pegajosos para trenzar el destino de la novia.
La noche no duerme. De noche me visitan las guardianas, traman sus capullos, rondan, vigilan que todo se cumpla, que se continúe la trama. Por la noche no hay silencio, las guardianas cuidan que sobreviva el germen, que permanezca húmedo el latido de una generación a otra. De noche hablan, cuchichean. La noche es toda negra; no me gusta la noche.
Miro la foto. Las mujeres preparan el ajuar, y mi abuelo, temido, respetado, negocia con sus consuegros el precio de la hija, Anda, llévatela, muncho no sto pidiendo, es djóvena, saludoza.
Veo la foto, mamá está triste, pálida; deseando acaso que todo eso sea un desvarío del que pronto pueda olvidarse.
A mi madre le buscaron un hombre pobre pues no había mucho para dar. Mamá, ¿por qué hay que dar?
Mamá no responde.
Por la noche papá ronca y mis pensamientos se desbordan como la leche que hierve, como la mar. Una urgencia por salir me sacude; me sacude ese destino tan tramado, tan irremediablemente tramado. Cuando entramos a la pubertad se inicia la angustiosa espera. A ver a quién escogen para compartir todos los días de nuestra vida, qué sastre, qué zapatero; en qué hombre va uno a perder el rostro, el gesto, la identidad propia. Yo no quiero repetir la historia de mamá, no quiero y no sé cómo evitarlo, entre su universo y el mío no hay barreras, un destino sólo, en cualquier momento podría ser absorbida por ella, por su pasado.
Veo la foto. Mamá inmovilizada, asustada, niña, y la nona: kuando llegue al fin el día dezeado de tu kazamiento te voy a llevar a los baños públicos. Adentro de la tina, las mujeres cantan los kantes de boda:
Atana, atanaora, ke sea en ora bona. Atana, atantaire ke sea en buena señale. Veo la foto. Los ojos de esa niña-muñeca-madre, se clavan en mi mente, persisten en mis sueños, vienen y van en oleadas de desconcierto. De agora, mi madre, la del kuerpo lusido, tomarésh tú las llaves, las del pan i del bino, ke yo irme kero a servir buen marido, a ponerle la mesa, la del pan i del bino. Por la noche papá ronca y la vida transcurre lenta lenta. Gotea la luna su baba plateada.
Quiero salir, soltar los hilos de tantos nombres; nonas y guardianas malladoras de aglutinantes dogmas para aserle la kama, para etcharle konmigo. Atana, atanaora, ke sea en ora bona… quiero arrancarme el cautiverio de mi madre-muda y verdosa por haber pescado marido, marido-pescado, madre-escamada.
Después de estregar i enjabonar a la novia, kortan unias de manos i pies de modo ke no kede suciedad alguna. Sumergen su cabeza siete veces debajo del agua mientras pronuncian bendiciones. Ansina keda la nobia pura komo un ángelo Los ojos de mamá distan mucho de ser los de un ángel, son opacos, sonámbulos.
(Tejo mis sueños. Mil veces he pensado en mi Corsario Negro. Nos unirá el amor; con ello queda descartado el suplicio de la dote. Será recio, bondadoso y velará por mí. La boda, al aire libre, rociada de amigas, de familia, cerca de los volcanes. El vestido, a mi capricho, confeccionado por mí.
Un ramo de violetas.
A mi lado papá. Isaac, del brazo de mi madre, todos cantan. El palio nupcial detenido por cuatro troncos de pino bajo el espeso follaje. Nuestra casa con olor a campo y a ropa limpia. En las mañanas mucha luz; al oscurecer…) La noche es infinita. Veo la foto; mamá no alcanzó a tejer sueños; no tuvo tiempo; sólo manteles y camisones.
Cierro mi cuerpo, mi alma; papá deja de roncar, el barco duerme, se ha sosegado el silencio.
A mamá le gusta contarme una y otra vez su historia. Cuando lo hace se transforma. No es que se ponga cariñosa, pero le entra la calma y por fin suelta el trapo de sacudir. No sé si mamá me platica su vida para advertirme de un futuro similar o para prepararme o tal vez me lo dice porque soy hija de un pescadero pescado y no de un rabino, o porque en Temuco, desgajados ya de la pequeña judería de Monastir, se nos dificulta la observancia escrupulosa de la religión, o a lo mejor tan sólo me la cuenta para consolarse, para comprenderla, deglutirla, asimilarla.
A mí me hace daño esa historia. Quiero huir de un destino como el de mi madre. No me he rebelado contra su disciplina casi militar, sino contra lo que me parece humillante. Contemplo la foto. Es indigno casarse a los catorce; que el padre pague para que se lleven a la hija, estar sucia, que te aparten, que te callen, que te corten el pelo, las uñas para que estés limpia, es humillante obedecer tanto, callar tanto. El cambio de una generación a otra es lento, muy lento, casi imperceptible. No obstante, paso dado es paso ganado, y yo, a los diecinueve ya le saqué cinco años de ventaja a un posible matrimonio, y muchas, muchas preguntas que mamá no alcanzo a plantearse siquiera. Mi madre niña quedó tatuada con las creencias y supersticiones que la acompañaron el resto de su vida.
Cierro los ojos, todavía es noche. Mamá y yo somos distintas.
Ella no contradice, obedece; yo pregunto, me enojo, soy joven, puedo doblegar al destino, pienso. Es noche, tengo miedo: las guardianas continúan su ronda, enrollan entre sus hilos mi vida, claman por sus murallas, tejen redes, trampas. ¿Me habré tragado los ojos de mi madre? ¿Habré contraído el germen? ¿Se debilitará mi voluntad en las voces del pasado, el suyo, el de ellas: la nona, la madre, las guardianas?
Afuera la suave brisa empuja el barco, a su paso araña el agua, me marca. Papá todavía duerme.
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