Azares

Azares

Mi amiga Silvia me pidió la acompañara para consultar a una vidente; hizo caso omiso de mi franca oposición y concertó dos citas. Después de hora y media de trayecto desde la Ciudad de México, llegamos al domicilio ubicado en la sección vieja del centro.

La angosta calle llena de cráteres me remitió más a un exótico paraje lunar que a un panorama provinciano típico de Cuernavaca supuesta ciudad de la eterna primavera. Un portón de lámina azul pardo un tanto oxidado, coincidió con las indicaciones, y el número 97 llenó a Silvia de emoción, ¡al fin llegamos!

El zaguán tenía un árbol tupido de bugambilia púrpura y tronco macizo.

Alrededor, una enorme variedad de pequeñas macetas de barro aromaban con perejiles, cilantros, epazotes, mentas, manzanillas y otras yerbas medicinales. Allí también se instituía un tendedero y la jaula de canarios que no pueden faltar en ninguna casa de barrio. Apenas nos disponíamos a tocar la campana que colgaba atada de un mecate a una de las ramas de la buganvilla cuando apareció un hombre moreno, bajito, delgado, vestido de un blanco tan brillante que deslumbraba. Por favor pasen, dijo suave con su voz de aniz muy a tono con el fragante escenario.

El asistente de doña Asunción señaló hacia mí e indicó que yo sería la primera en pasar con la adivina. Traté de explicarle que Silvia pero no hubo lugar para disquisiciones. Pase aquí por favor y marcó el camino con absoluta convicción con un índice aguzado por una larga uña.

En el patio interior el suelo de cemento, plantas desparramadas aquí, allá, y una mezcla de olores enajenante. El aprendiz de bruja me tomó del brazo y me colocó al centro de un círculo perfecto trazado con tiza. Un breve rito de purificación para que pueda usted entrar al recinto, dijo en voz baja para no perturbar a la vidente que en ese momento meditaba. No se preocupe, y se dio a la tarea de rociar gasolina alrededor del círculo y le prendió un cerillo. En medio del intenso calor que irradiaba quise saltar el aro como león de circo y salir huyendo de esa chifladura.

El fuego se consumió de inmediato y el hombre delgado de anís, vestido de ángel, sacudió unas ramas de pino y ruda por mi abochornado cuerpo y me encaminó a la entrada.

No me detendré a describir el minúsculo espacio sometido a la penumbra, al olor de copal quemado y al temblor de veladoras alumbrando santos y retratos de maestros y guías escoltados con ofrendas de flores de plástico ni la excentricidad de la adivina: cabello pintado de un rojo ya deslavado, muy grifo, con al menos tres centímetros de raíces canas, pants azul claro que dejaban ver los rollizos pliegues de su gordura, tenis Nike, etcétera.

A qué vienes, preguntó sin rodeos. Busco el sentido de mi trabajo, respondí ambigua poniendo a prueba las habilidades extrasensoriales de la lechuza y confirmando mis auspicios. La mujer de cabellera zanahoria y anillo de granate en el meñique me extendió papel y pluma: escribe tu nombre y apellido. En manuscrita, ordenó seca y al grano. Doña Asunción recibió la hoja sin ofrecer el intercambio habitual y cortés de una mirada.

De inmediato se compenetró en cada una de las exiguas letras de mi nombre y se entregó al misterio de descifrar mi incógnita. Para mí lo que estaba por suceder resultaba por demás predecible aunque debo admitir que la escena del fuego me dejó estofada. Buen truco para someter la voluntad de una incauta pensé mientras doña Asunción oraba y gesticulaba como si estuviese escuchando voces de otro mundo.

Volví a arrepentirme por acceder a la insistencia de Silvia. Me recriminé la pérdida de tiempo y dinero y anticipé vaticinios: recibirásunacarta, veounlargoviaje, unhombreteamaensecreto.

Sin embargo ya no había escapatoria; nada que hacer excepto esperar que la mujer terminara su numerito. Al final escucharía con gratitud hipócrita la sarta de tonterías y lugares comunes, le daría las gracias muy educada y saldría de ese asfixiante cuartucho lo antes posible. Doña Asunción levantó los ojos pero su mirada grande, inexpresiva, se posaba en otro punto en el espacio y el tiempo. Repitiendo lo que le era dictado me indicó con voz sombría y densa como el copal que ardía en el bracero bajo uno de los altares: el instrumento que utilizas no se les facilita.

A “ellas,” dijo categórica. Usa lápiz. El español que hablan no lo entiendo. Es español pero no entiendo. Llueve, llueve y tras la espesa cortina de agua se asoma un volcán que nunca he visto. La mirada humosa de doña Asunción me profetiza. A manera de sentencia concluye: vienes a terminar de cavar el túnel que ellas comenzaron.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo tenso como descarga eléctrica. Doña Asunción había resuelto el enigma que me atormentaba desde que decidí escribir la novela.

El sentido auténtico de mi escrito.

Me encontraba atravesada como un puente por el que las generaciones pasadas accesaban el futuro. Quebradiza y avergonzada por la soberbia de mis vaticinios recogí el bálsamo en sus palabras, la brújula. Ella, sin despedirse, sin indagar con buenos modales, tienes alguna otra pregunta, ordenó a su ayudante: ¡la que sigue!

*

Cuando visité a la vidente por insistencia de Silvia libraba una cruenta batalla conmigo misma, con el sentido de escribir esa novela. A quien podía interesarle la historia de una mujer del siglo pasado, mi abuela; una vida sin pena ni gloria, una trama escrita ya cientos de veces.

Usa lápiz, señaló doña Asunción como un mandato y entendí que la computadora era un instrumento extraño para “ellas.” El español incomprendido de la vidente era el ladino, lengua antigua que aún hablan los judíos sefarditas y columna vertebral en mi novela. El volcán nunca antes visto, en efecto, no era ni el Popo ni el Ixtla sino el Osorno que mi personaje veía desde su ventana. La lluvia tupida, el paisaje atormentado de Temuco, lugar donde se desarrolla la historia.

El túnel que “ellas” comenzaron, mi genealogía. Las mujeres de mi novela son seres sin alas confinadas por padres, maridos e hijos. Me indignaba la condición silenciosa de esas mujeres. El atropello al que fueron sometidas delataba en mí algo íntimo, algo de lo que venía huyendo desde niña.

Tiempo después comprendí lo que doña Asunción me había revelado. Eran ellas, las heroínas de lo cotidiano quienes silenciosas y magnánimas habían comenzado la ardua faena que yo debía continuar. Ellas, las que con sencillez y perseverancia sostienen el mundo; precisamente esas mujeres son las que me han acompañado a lo largo del difícil designio de conquistarme a mí misma.

*

En enero del 2000 se publicó mi novela, Vida Propia. Su dedicatoria:

A ellas, las que comenzaron a cavar el túnel.

Vicky Nizri

17 Respuestas

  1. Vickita
    Primero que nada eres una verdadera artista!!!
    Que manera de expresarte!!! Fantastico tu blog!!!!
    Pero yo me recuerdo mucho del caracolero, cuando la abuelita se sento a comer borrecas ahi con uds!!!

    1. Silvia querida,
      Tantas memorias compartidas. El texto de Azares fue una vivencia contigo. ¿La recuerdas?
      Gracias por el apoyo brindado a lo largo de toda una vida.

  2. Qué hermosura de texto, mi Vic! No queda duda de tu talento!! Y además, esa experiencia… !!
    Quiero ir a ver a esa bruja… me das dirección? Y pensar que la tuve ahí al lado durante años!

    1. Queridísima Shu, tú ya eres esa bruja autorizada. Lo único que tienes que hacer es consultar contigo misma.
      Gracias por las porras y por ese amor que derramas.

    1. Así la vida, de pronto nos encontramos en situaciones inesperadas, fuera de orden, de lógica alguna. Y sí, tal vez sólo se trata de bailar al ritmo del son que nos toca y además sacarle todo el jugo.

  3. Mi Vickita, acabo de leer lo de la bruja de Cuernavaca y me he erizado toda.
    Tu mamá me regaló el miércoles una copia de Vida Propia y lo acepté gustosa ya que el mío lo presté sin acordarme a quien y no me lo regresaron. Lo estoy leyendo de nuevo.
    Como me gusta❣️❣️❣️
    Verdadera maestra de las palabras.

    1. Experiencias tan enriquecedoras y tan difíciles de explicar y mucho menos comprobar. Me alegra que Vida Propia esté de regreso contigo.

  4. Mi Vick. Q bien me hace leerte en esta mañana de vientos donde todo arbol baila.
    Me llenaste con este escrito. A esas mujeres, en esos tuneles, nadie las mueve, ni estos vientos de mar y desierto de hoy. Fuertes, como tu, bellas y dedicadas. Como tu
    Voy a preguntarle a mi vidente interior unas preguntitas y creere en sus respuestas. Y pensare en las bugamvilias de Cuerna…

    1. Etty, querida,gracias por visitar mi hogar. Este espacio donde me pongo a la vista. Donde la desnudez impide los encubrimientos.Aquí donde la voz de ustedes se queda en un eco que resuena y me devuelve el ánimo, me reorienta a seguir diciendo. Allá se quedó la vidente de Cuernavaca. Aquí, conmigo, la mía, mi compañera de vida, yo misma.

  5. Ah cómo quisiera que alguien me dijera para donde caminar, qué decisión tomar, qué me espera detrás de la cortina del futuro. No encuentro más voz que una interior que cree saber pero que anda perdida a ratos y a ratos también es sabia y no tiene pelos en la lengua.
    Cavar túneles, tender puentes, honrar y liberar la memoria de aquellas que nos precedieron, gran tarea que al mismo tiempo nos aligera el paso.
    Bruja querida tienes el don de la palabra para hacernos pensar y sentir, para invitarnos a la reflexión y al cambio.
    Yo, que no creo en las brujas, estoy segura que tu si puedes volar.

    1. Ay mi querida amiga,
      Entras tan silenciosa a mi hogar y cada vez me dejas un ramo de reflexiones. Gracias por tu constancia.
      Azares es un texto que me llena de recuerdos. Aquellos días en los que mi novela era tan solo un sueño sin pies ni cabeza. La protagonista me torturaba, me enojaba, me desesperanzaba. Fue éste el momento crucial en el que se me reveló el túnel que tenía que seguir cavando. Así empecé, y a partir de entonces, mi personaje abrió su corazón y derramó toda su tinta.

    1. Gracias, Jovita,
      Azares es un texto divertido, increíble para mentes poco flexibles. Para mí, una ventana por la que vislumbré un mundo hasta entonces desconocido.

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