Muerte de Cabro Boer

Miradas que matan

El señor Cabro Boer agonizaba. No que el otrora hermoso ejemplar fuese una cría. Llevaba sobre su cansado y despelucado lomo más de noventa inviernos de vida pastoril saltando montes. Agonizaba. Un año entero mantuvo la lucha contra el atroz padecimiento, pero su dañado cuerpo ya no resistía.

Decidieron evacuarlo de su cama. Depositarlo sobre el césped para facilitarle una adecuada incorporación a la muerte. Un descenso más acogedor. La defunción de cama es ampulosa y el proceso apapachador de cobijas y almohadas entorpece el ya de por sí arduo trámite de abdicar al no tan venerado cuerpo. Con dificultad lo trasladaron entre tres enfermeros. A últimos tiempos había perdido masa corporal por la enfermedad y aún así seguía siendo un macho de osamenta lastrosa. Aquella infección en el pene, por así decirlo, a causa del picudo rojo, lo había drenado. Perdió el cabello y su cuero seco parecía pergamino. El mismo escarabajo que ataca a las palmeras de dátil, más bien, su insaciable larva, que se alimenta del tejido hasta dejarlo seco, atacó a don Cabro a la edad de noventa y cinco años. La infección, más bien, la invasión de la mortal larva no solo infestó su vasto pene cabrío, sino que avanzó famélica por todo su cuerpo.

Debemos aclarar que no existe evidencia certera de que la causa fatal haya sido el picudo rojo; aún a pesar del reporte entregado por los enfermeros en el que atestiguaron haber visto pequeños trozos de coleópteros, incluso algunos enteros, salir por los orificios del paciente. Además de la contundencia sobre el comportamiento intrínseco de esta especie invasiva de carácter oculto y gregario que se ha extendido por el mundo entero aniquilando millares de datileras. A pesar de dichas evidencias, algunos especialistas diagnosticaron que las causas letales del agonizante se debían a la colocación quirúrgica, realizada en el enfermo una década atrás: la inserción de la bombita. 

Resulta que, a los ochenta años cumplidos, el susodicho paciente, enviudó de su amada Chivis, madre de sus cinco vástagos. Apenas a unas horas de haberla enterrado, con el sentido práctico que lo caracterizaba, vació el botiquín y el closet de la finada y se dispuso a dejar atrás sus cincuenta casados. Después de un muy breve duelo, don Cabrío comenzó a darle vuelo a la hilacha, y luego de mucho salto rijoso, se emparejó con un bello ejemplar de gallina Light Sussex, treinta años más joven. La plumosa, muy creyente y devota, habituada a la jerarquía del macho, confesó haber titubeado entre aceptar la propuesta de matrimonio caprino o contraer nupcias con Dios. La beata de patitas robustas y plumaje salpicado, propensa al sacrificio, estaba a punto de hacer votos sacerdotales de pobreza, castidad y obediencia pero la fortuna del afortunado ariodáctilo y el sueño de poner huevos de oro debilitó su voluntad indigente. Con respecto al voto de obediencia, la ya muy lenta movilidad del novio cabrío le garantizaba total autonomía en sus modestas elevaciones, y lo de la castidad ni siquiera fue causa de desasosiego, pues la avanzada edad de su prometido la eximía, por razones obvias, de tales deberes. Después de arañar su ovípara balanza se inclinó del lado rumiante del matrimonio. Siendo el pico su órgano sensorial más importante, se cercioró de convencer al venturoso de dejarla bien abonada en el bóvido testamento octogenario. 

Por su lado, el amachado cabrío, queriendo impresionar a su nueva consorte, y sabedor de su disfuncional mengua eréctil, en secreto se hizo insertar el ambicioso dispositivo.

No sabían pues, a ciencia cierta, si el padecimiento infeccioso fue a causa del picudo rojo o de la bombita. Lo que sí, es que los enfermeros también reportaron haber extraído restos putrefactos de plástico pertenecientes al implante. 

La cosa es que, fuese por una causa o por la otra, el paciente agonizaba a sus noventaytantos y sus leales enfermeros lo trasladaban al pasto para facilitarle la muerte.

Rebaño y averío permanecieron sentados alrededor del moribundo a que le llegara la hora. Una de las nueras detectó una especie de brinquitos en las patas traseras del expirante que identificó como los muy mentados estertores. Distinguió también como le salía un vaporcillo blanco de la boca y aseveró que se trataba del alma del difunto abandonando su cáscara.

Los deudos aguardaron respetuosos. Constatada la evidencia inmóvil de la muerte, pidieron a los enfermeros que ahora sí lo colocaran cómodamente en su acolchonado lecho. Así lo hicieron, sólo que ahora con mucho mayor impedimento por el desguace general de aquel cuerpo sin amo. Sacudieron los restos de tierra y pasto adheridos al difunto y lo arroparon antes de colocarlo. Lo acomodaron en la cama de la mejor manera, levantándole torso y cabeza con consistentes almohadones.

De pronto, y para el horror supersticioso de la pequeña manada, notaron que el finado abría grandes los ojos, se incorporaba y con una vitalidad inaudita en un muerto, miró a su mujer con hondo escarnio y en voz ronca y muy clara: ¡no llores, farsante!, y la inculpó por su muerte. Le reclamó encabronado jamás haberse complacido con la fatídica bombita. Entonces, cerró los ojos, y ahora sí, se murió para siempre. 

20 Responses

  1. Qué manera de usar el lenguaje para contar una historia espeluznante llena de humor negro, satírica, obscura y a la vez llena de detalles para reír en lo oscurito.
    Esta es una nueva veta en tu muy larga carrera, tejer entre lo real y lo fantástico me parece maravilloso, el Picudo Rojo me produjo escalofríos imaginando su presencia y apariencia.
    El Moribundo insensato en su última frustración se duele por no haber gozado de la bomba que lo llevó a la muerte, me provoca entre piedad y sentimiento de que la justicia hizo su trabajo.
    La beata, villana de la historia, prometió, no cumplió y se salió con la suya…que sea juzgada en el Juicio final.

    Eres grande querida Vicky este relato es magistral

    1. A veces sólo se puede acceder la realidad por medio de la alegoría. De otra forma nos parecería totalmente increíble. Muchas gracias por tu siempre generosos, inteligentes y sensibles comentarios.

      1. Gracias, Jovita. Incursionar en una forma distinta a la usual, gran, gran reto. Escuchar tu punto de vista, me da norte y tranquilidad.

  2. Vicky, ¡Me encantó!

    Que bien escribes. Al
    leer tu cuento me sentí un personaje del relato. Logras que tus lectores acompañen al protagonista no sólo hasta sus últimos estertores sino hasta llegar al momento de su muerte para siempre.

    1. Etty, muchas gracias por tu generoso comentario. Muchas veces me pregunto por el sentido de seguir escribiendo. Con un mundo tan caótico e inhumano, qué se puede decir? Y aún así, el impulso nos gana.

  3. El manejo del lenguaje y la tensión misma de la historia se contrapone en un elegante y gozoso vaivén de emociones.
    La situación del anciano moribundo, con un lívido diezmado por artefactos ilusorios, su aprovechada mujer y sin faltar a la escena los jóvenes enfermeros, que afanosos suben y bajan al hombre de sus últimos aposentos, llevan tu inteligente y ágil relato, con humor cáustico, y finísimo, al lugar donde el breve cuento se vuelve perfecto

    Felicidades Vicky. Una vez más

    1. Linda, querida, gracias mil por tu minucioso comentario que siempre le suma al escrito. Y sí, la ironía ayuda a digerir la historia, y claro, en este caso, la forma alegórica de abordarlo.

  4. Una vez más! Qué bárbara, mi Vic, eres una bestia para escribir!
    Y esta vez de plano necesito el diccionario a mi lado para poder seguirte la pista!
    Y ese párrafo y la última línea; “Decidieron evacuarlo de su cama. Depositarlo sobre el césped para facilitarle una adecuada incorporación a la muerte. Un descenso más acogedor.”…y, se murió para siempre.” Me lo llevo puesto!
    Barbara, bravo!!
    Tú jamás decepcionas!

    1. Mi Shu, querida, gracias por tu presencia en en el blog, y esa predisposición tuya a sumergirte en el escrito. Disfruto mucho de tu presencia aquí.

  5. Ay Vickyta, ya repuesto del ataque de risa, paso al comentario.
    Empezó como un anciano moribundo, pasó a ser un gallo que se ligó a una Light Sussex, después un ariodáctilo por eso de los brinquitos en las patas traseras y “el lado rumiante del matrimonio” (aquí solté la carcajada que me hizo perder el hilo de la lectura). Y ese tres en uno, infectado por un insecto que ataca a las palmeras de dátil.

    Solo tú querida y admirada Vicky, puedes de la nada, construir una mansión literaria.

    Y la bombita de nada sirvió, bueno, sí, para confundir a los enfermeros.

    1. Ja ja, Jaime! Es un macho cabrío de principio a fin. Se casa con una gallina. Ariodáctilo es una forma de llamar a las cabras, ji ji! Por eso la gallina se inclina al lado rumiante del matrimonio. Y bueno, la bombita para confundir el diagnóstico de los enfermeros. Buenísimo!

  6. Vickilina,
    Por lo pronto ya tengo un vocabulario mas amplio😅
    De onde topas esta imaginación?!?!
    Me dieron muchos iniervos los Picudos Rojos
    Tu creatividad literaria es genial‼️

    1. Ja ja, Reynita!
      La imaginación la sacó de la vida. De las cosas que pasan. Gracias por dejar aquí tu comentario.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *