Hablando de mudanzas

Hablando de mudanzas

Queridos todos,
Les platico que vivo frente a una hermosa cañada donde la vida sucede intensa e indiferente a nosotros. Halcones, búhos, zenzontles, coyotes, transitan en su diario quehacer de supervivencia y gozo. No sé lo sepan, pero nosotros también acabamos de mudarnos de casa. Confieso que ya no estoy para estos trotes. Lo que sí, es que ahora, después de casi dos meses de torbellino mudancero, al fin empezamos a cosechar el fruto de tan ardua y engorrosa talacha.

El domingo pasado, mientras lavaba los trastes, ahí, en el incontenible devenir del cañón que admiro desde la ventana de la cocina, vi a un hermoso colibrí tornasolado. No me sorprendió pues estamos literalmente cercados por ellos, (¿por ellos?) y aunque no siempre alcanzamos a verlos dada su vertiginosidad, ciertamente los escuchamos. El caso es que la colibrina se encontraba quieta sobre un punto blancuzco en una rama. No sé ni cómo ni por qué se me ocurrió preguntarle a Daniel: ¿será un nido? y él, desde la mesa del antecomedor, hundido en la montaña del periódico dominguero, y muy dueño de sí mismo, respondió: si va y viene, es nido. El caso es que en los siguientes diez minutos la colibrina regresó por lo menos doce veces. Se pueden imaginar nuestro pasmo. ¡Descubrí un tesoro! ¡Descubrí un tesoro!, grité a los cuatro vientos. Daniel se puso manos a la obra: cámara, tripié, limpió la ventana hasta dejarla nítida y comenzamos a filmarla. Cada noche Daniel descarga más de noventa tomas a su computadora. Nunca, y lo digo con dolo, ningún evento mío lo ha apasionado tanto, en cambio la mentada Julieta lo trae loco. Ella, la ahora afamada colibrina, allá, a no más de tres metros de distancia, inmersa en su universo tornasolado y nosotros aquí, de este lado de la vida, merodeándola, husmeando cada uno de sus revoloteos.

La llamamos Julieta Oromiel, por ese hábito mío de ponerle nombre a todo y por un sueño que tuve hace más de veinte años en el que un colibrí llamado Oromiel se me acercaba. Aquí, en los inicios y la incertidumbre del año que comienza, con las propuestas del Obama Care, nuestra posible candidatura a residentes, la adquisición de esta nueva deuda a treinta años, los nuevos gastos de agua, luz, gas, etc., que impone una casa, en medio de tal perplejidad Daniel y yo hemos quedado absortos, atrapados en el hechizo de un nido. El único tema que nos ocupa desde hace cuatro días es: ¿cuántos milímetros ha crecido el nido?, ¿habrá algún cuervo jodón rondándolo?, ¿trajo Julieta pelusas, copos, matas, varitas, hilos de telaraña o trozos de corteza de pino?

Nos preguntamos sobre las condiciones climáticas: ¿resistirá los vientos del Santana? Horas y horas compenetrados en el quehacer de una colibrí que prevé con absurda devoción el bienestar de sus críos. Nos sentimos tan pequeños e insignificantes ante la monumental labor de esta heroína. Trabaja no menos de seis horas diarias con intervalos de veinte o treinta minutos en los que asumimos que recarga batería con suculentas dosis de néctar y nutritivos insectos. ¿La ves? No, ha de estar en su lunch break. Va, viene, viene, va, persistente, alegre, audaz, alerta a cuanto la rodea. Se aproxima al nido, aterriza como pequeño helicóptero en pista restringidísima, lo zarandea con su pecho, con sus patitas lo presiona para afianzarlo, revisa borde, asiento, altura, lo lame lo alisa, inserta con su pico de aguja, copos de algodón o de plumas, lo teje, adhiere trocitos de estopa, de varas, de corteza, engoma el nido con resinas o mieles que trae del bosque, lo ajusta, lo recorta, lo acolchona. Luego toma distancia, lo sobrevuela; revisa prolija su obra. Mide la agitación del viento, la resistencia de la rama sobre la que edifica, el tráfico de aves, insectos, ardillas.

           Cuando Julieta termine de erigir su hogar elegirá al susodicho. ¿Se imaginan? Tal vez nos toque presenciar el milagro en pleno; mudanza de la futura madre a su nuevo domicilio, huevecillos minúsculos, piar de polluelos. Somos insignificantes ante este monumental altar a la vida. Diminutos como nido de colibrí en la perfumada inmensidad del eucalipto.

Hablando de mudanzas

            Todo esto, mientras convalezco de una cirugía de encías que, como bien saben, a esta edad todo se nos cuelga, excepto las encías que se suben.

 

            Les mando un abrazo bien apretado desde éste, mi doble nido.

PD Julieta manda saludos: ¡rsrsrszszs!

15 de enero 2014

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